martes, 12 de febrero de 2008

La CIUDAD QUE VIVÍ

LA CIUDAD QUE VIVÍ

Una vida marcada por las ondas El programa “La Ballena Alegre” sirvió de enlace para despertar una pasión que estaba oculta y que no era otra que la radio, que aunque era más rudimentaria, estaba hecha con el corazón 

Por Francisco Gutiérrez 

Mis primeros pasos coruñeses se centran entre la calle Real y la Plazuela de los Ángeles, pero los de los mejores recuerdos se extienden desde la plaza de España a los rincones más insospechados de una Coruña con L mayúscula. Con el poco conocimiento que daban aquellos diez años de edad, víctima de una educación plana, es decir, llena de tapujos en un colegio de curas, comencé mi caminar hacia un futuro que no se parece en nada a como nos lo pintaban en aquella época.

La bruta educación religiosa de los Salesianos chocaba de frente con mis ideas liberales en una sociedad cursi y encorsetada en unas costumbres marcadas por el régimen franquista. Por ello, mi carácter era más el de un revolucionario al uso que el de los trasnochados afines aquella forma de vida social. Hasta tal punto desperté de golpe mis diez años, que los centraba en la malicia de tener que atravesar la calle del Papagayo cuatro veces diarias, puesto que de la plaza de España hasta el colegio de los Salesianos no tenía otra alternativa, bien por la calle de Panaderas o por la del Hospital. Con esa edad ya conocía de vista a la famosa Betorda, la puta más renombrada internacionalmente de la calle del Papagayo. Claro, esto era un secreto, pues si lo sabían los curas tenía castigo permanente por seculam seculorum y sin el final del amén. Mis años en los Salesianos fueron como un suplicio obligatorio, con una disciplina tan rígida y brutal que hoy estaría penada con una sentencia en regla por malos tratos. Siempre tuve claro que a malos tiempos hay que ponerle buena cara, por ello me las ingenié para crearme una vida paralela a la que me había tocado vivir. Busqué salida en la música y con una guitarra pasaba muchas horas en soledad, que era más gratificante que el fútbol masificado en el patio del colegio.

Los veranos, siempre que aprobases el curso en junio, se convertían en la tregua que te permitía una libertad casi desenfrenada si la comparabas con los largos meses de curso lectivo. Así, entre la Hípica y la calle Real sumábamos un día al otro hasta que en octubre regresábamos a aquel infierno particular que era el colegio. Pero es mejor olvidar esos meses y centrarnos en los veranos, que era la época en la que te sentías tú mismo y reforzabas esa personalidad que en el invierno intentaban borrar de tu mente. Así, los largos paseos por la calle Real y el Cantón Grande iban acompañados de las patatas fritas y el vino de rosales con la tapa de ensaladilla en la cafetería Linar. Los más atrevidos comenzábamos a fumar por aquello de hacernos más hombres delante de las niñas. Después aparecía el listo de turno que te enseñaba a tragar el humo y después decir la frase: “El hombre que sabe fumar echa el humo después de hablar”, pues eso, ya habías aprendido a fumar. ¡Maldito puñetero! Recuerdo que, en una ocasión, mi padre me cazó con el cigarro en la boca y desde el ya desaparecido Café Galicia me invitó a que diese un paseo con él, que asentí sin rechistar, pero con un acojone que no era capaz de pronunciar palabra para darle una explicación convincente sobre el tema. A pesar de que era militar, su carácter tranquilo le llevaba a razonar cada una de mis continuas pillerías de niño rebelde. Así, ese día, ya al anochecer y con mis catorce años encima, me puse a su lado sin abrir la boca. Al llegar junto al cine Avenida en pleno Cantón Grande, sacó una moneda de cinco duros y me mandó que comprara dos helados. Al preguntarle de que sabor lo quería me dijo que escogiera yo, y como es lógico no rechisté y obedecí solícito. Fueron dos helados de mantecado, o algo parecido. En silencio y saboreando dichos helados nos encaminamos hacia la Rúa Nueva y la calle de la Estrella. Al llegar a la tasca A Nosa Casa mi padre pidió dos tazas de ribeiro. Juro que jamás había probado el alcohol, pero sin hacer ningún comentario me bebí el vino de un golpe y continué en silencio. En ese momento, mi padre me dijo: “Ahora que nos hemos tomado un vino vamos a hablar de hombre a hombre y lo único que quiero decirte es que no fumes, que con el tiempo te vas a arrepentir”. ¡Cuánta razón tenía! Era un fenómeno. De todas formas, debo confesar que aunque hace años dejé de fumar, en esa ocasión no le hice caso. Años después tomábamos los chatitos juntos en casa David de la plaza de España.

De los amigos de aquella época recuerdo a Moncho Vidal, que era un tipo simpático y siempre de buen humor. A su lado pasé momentos alegres en una época en que las canicas y las chapas centraban nuestros juegos más rudimentarios. Su hermano Rafael era más serio y entre los dos me llevaron a practicar la esgrima. Los dos hermanos habían sido campeones de España, al igual que las hermanas Taboada; Margarita, Isabel y Teresa. Este deporte nunca me lo tomé en serio porque estaba rodeado de grandes campeones y no había forma de ganarles ni un asalto y para ser siempre el eterno derrotado decidí no pelear por una causa perdida de antemano. Tampoco puedo olvidarme de los hermanos Togores. Tanto Luis como Santy destacaron como porteros de hockey sobre patines cuando el Dominicos estaba en la elite y se codeaba con el Liceo. A pesar de estar rodeado de grandes deportistas, el deporte no entró en mi vida ni por una apuesta. La vida tranquila y sin grandes esfuerzos físicos se adaptaba mejor a mi filosofía de ver pasar el tiempo.

La música, que era mi otra media vida, me llevó hasta Radio Juventud y cambió todo el rumbo de mi vida. Allí conté con el afecto de toda la plantilla de la emisora, que estaba ubicada en el edificio de la Terraza. El programa La Ballena Alegre sirvió de enlace para despertar una pasión que estaba oculta y que no era otra que la radio. Ananda Español, Paquita Cristóbal, Carlos Julio Beceiro, Mary Carmen Deus, Carlos Cortón, Antón Luaces y Santiago Vilariño me inculcaron un amor a la radio sin precedentes y en ese atalaya observé la evolución de La Coruña desde la primera fila de butacas. Recuerdo programas como el Desfile de Estrellas, con Emilio Díaz; La antorcha cambia de mano, con Carlos Cortón y José María Comesaña; así como Hermana Radio. Pero el programa que marcó un antes y un después en mi vida por la radio fue La Ballenísima alegrísima con los payasos Pim, Pam y Pom que con Santiago Vilariño y José Luis Naya hacíamos las mañanas de los domingos más alegres a los niños coruñeses. Aquella era una radio más viva, más artesana y rudimentaria, pero una radio hecha con el corazón. Hoy la informática convirtió a la radio en una máquina que casi habla de forma automática. Desde una unidad móvil de la radio, en este caso de Radio Coruña SER, pudo observar como La Coruña se iba transformando con la remodelación de la plaza de María Pita, la unión a tierra del Castillo de San Antón, el paseo marítimo en cada uno de sus tramos, la remodelación de la Plaza de Pontevedra, la plaza del Humor, la llegada de El Corte Inglés, varios centros comerciales más y no sé cuantos aparcamientos subterráneos. También pude vivir desde primera línea informativa la toma de posesión de Domingos Merino como primer alcalde de la democracia, así como la llegada de Paco Vázquez a la alcaldía, y como Fraga se preparaba para aterrizar en la Xunta de Galicia rodeado de un número incalculable de gaiteros. También comprobé como Lendoiro soñaba con hacer un Depor campeón, después de haberlo logrado con el Liceo. Observé como desaparecía la Fábrica del Gas y su larga chimenea frente a los Salesianos, como el bar Verdura se trasladaba a la plaza de María Pita, cómo la fábrica de gaseosas La Revoltosa abandonaba su sede en la cuesta de la Unión y se iba para la avenida de Finisterre junto al Ventorrillo, y por último, después de tanto cambio y tanta transformación observo como La Coruña que yo viví la quieren convertir en A Coruña que ahora me toca vivir.

  (Publicado en La Opinión de A Coruña el domingo, 2 de enero de 2005)

6 comentarios:

Anónimo dijo...

Me llama la atención "la unión del Castillo de San Antón con tierra".
Creo que fué muy anterior; en nuestra época, por diversas referencias creo que la misma, habia un paso estrecho de comunicación, que partia muy próximo a la "peña de la muerte".
Saludos
Antonio

Anónimo dijo...

Lo que Vd expresa bajo el título "La ciudad que viví" me parece un relato novelesco bastante bien redactado que, le confieso, atrajo mi curiosidad; tanto, que me llamó la atención algunos de sus comentarios, que respeto aunque no comparta. Entre otros, el que hace en relación al Colegio de Los Salesianos, del que soy antiguo alumno. Desde mi Atalaya de vida, por mi edad, intuyo que es muy probable que Vd y yo hayamos coincido en el tiempo en el Colegio de los Salesianos de la Coruña. Yo estudié el bachillerato en los años sesenta. Y guardo un recuerdo muy entrañable y de inmensa gratitud a ese colegio. Pues los Salesianos fueron capaces y supieron forjar en mi un hombre con unos conocimientos sólidos, y culturalmente muy amplios. (Mis hijos, no los tienen, y así lo reconocen: "papá cuanto sabes"). Y también me inculcaron unos principios y valores de vida que constituyeron la base y cimientos que me permitieron alcanzar unas cotas profesionales muy altas en el campo de la ciencia y tecnología, y desarrollarme como una persona humana, íntegra, cabal, honrada y generosa, que hizo de su profesión un servicio a los demás, mejorando su calidad de vida y bienestar. Como Vd bien sabe, ciertamente, "cada quien habla de la feria de la vida, tal y como le va en ella". A mí me ha ido muy bien, gracias a Dios, y a mi esfuerzo; que tengo que reconocer que fue muy grande, pero también es cierto que nada se logra sin esfuerzo ni sacrificio, "quien algo quiere algo le cuesta" ¿verdad? Pero ambos, son nada, frente a la satisfacción de alcanzar las metas, los objetivos soñados y el reconocimiento. ¿Por qué no decirlo?. Pues el ego también cuenta, al menos para mi... "Hice bien la carrera y alcancé la meta" (dijo también, con mucha satisfacción, San Pablo de Éfeso). Por tanto mi reconocimiento y gratitud a todos los profesores de los salesianos que me enseñaron a respetar y servir a los demás y me formaron con la base de conocimientos necesarios para poder alcanzar mis objetivos de vida. Pues sin ellos hubiese sido del todo imposible. Posiblemente algunos ya habrán transitado. Y espero que Dios los haya llevado a su Luz.

Francisco Gutiérrez dijo...

Gracias, hermano.

e. munoz dijo...

paco,tu hablas de la BITORDA, yo solia ir al papagayo , pero nunca oi hablar de la BITORDA. de las que solia hablar era de la "corrorosca" y de la "orensana". ten en cuenta tambien que camilo jose cela visitaba el papagayo, increibele pero cierto.
por otro lado a ti, como estudiante de los salesianos que eras, al igual que a otros
estudiantes de los salesianos, os achaco un echo que considero imperdonable. todos los estudiantes de los salesianos sabeis que un cura llamado"WISKY" os decia que le metieseis las manos en el bolsillo de su sotana,para que cogieseis sus caramelos. cuando los estudiantes metian las manos en el bolsillo de WISKY, se quedaban sorprendidos, porque en realidad tocaban los ............ por que no hablas de este cura, paco. venga

Francisco Gutiérrez dijo...

Habla tu, que por lo que escribes tienes muchísimo mas conocimiento que yo. Anda se valiente.

Anónimo dijo...

PERO SE XA CHE O DIXEN TODO!.

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