domingo, 17 de febrero de 2008

AUTORRETRATO (Con el viento del norte)

AUTORRETRATO 
 Soy como un poeta envuelto en acero 
que no escribo en el idioma propio de mi tierra 
y sólo escucho los cantos que trae la fiesta 
cuando el vino corre garganta abajo. 

 Soy un soñador solitario y deprimido 
con apariencia incierta de una noche sin estrellas 
que camina errante y sin destino 
por una melodía, extraviada y hecha añicos. 

 Soy un hombre atezado y de cuerpo flaco 
que vive calladas aventuras y serios peligros; 
a veces inocente, a veces falso, 
en algún momento sincero y en otros cínico. 

 Soy peregrino por el sendero de tu cuerpo, 
 caminante fiel, hasta llegar a tu encuentro 
para esparcir mi semilla en tu huerto 
y recoger el fruto del amor nuestro. 

 Soy un simple hombre, pobre y débil; 
 tú ya sabes lo que esto significa: 
“ser el vencedor que espera la felicidad 
y deja volar los sueños para poder vivir”. 

 Sé que el tiempo es asesino de la vida 
que espera impaciente para hacerla cautiva 
y envejece los sueños, día tras día 
para hacerme creer que al final ya no es mía. 

 Sé también que es duro el camino, 
primero, hacia abajo me lleva hasta el río; 
luego asciende, pesado, a la montaña y el frío 
para entregar allí el último suspiro. 

 Oscura es mi vida, como será mi tumba 
y aunque suspire con fuerza bajo la luz de la luna 
sé que hay un espacio desierto, a modo de cuna 
para este cuerpo que en vida no tuvo fortuna. 

 Con el viento del norte - Francisco Gutiérrez 1992

martes, 12 de febrero de 2008

La CIUDAD QUE VIVÍ

LA CIUDAD QUE VIVÍ

Una vida marcada por las ondas El programa “La Ballena Alegre” sirvió de enlace para despertar una pasión que estaba oculta y que no era otra que la radio, que aunque era más rudimentaria, estaba hecha con el corazón 

Por Francisco Gutiérrez 

Mis primeros pasos coruñeses se centran entre la calle Real y la Plazuela de los Ángeles, pero los de los mejores recuerdos se extienden desde la plaza de España a los rincones más insospechados de una Coruña con L mayúscula. Con el poco conocimiento que daban aquellos diez años de edad, víctima de una educación plana, es decir, llena de tapujos en un colegio de curas, comencé mi caminar hacia un futuro que no se parece en nada a como nos lo pintaban en aquella época.

La bruta educación religiosa de los Salesianos chocaba de frente con mis ideas liberales en una sociedad cursi y encorsetada en unas costumbres marcadas por el régimen franquista. Por ello, mi carácter era más el de un revolucionario al uso que el de los trasnochados afines aquella forma de vida social. Hasta tal punto desperté de golpe mis diez años, que los centraba en la malicia de tener que atravesar la calle del Papagayo cuatro veces diarias, puesto que de la plaza de España hasta el colegio de los Salesianos no tenía otra alternativa, bien por la calle de Panaderas o por la del Hospital. Con esa edad ya conocía de vista a la famosa Betorda, la puta más renombrada internacionalmente de la calle del Papagayo. Claro, esto era un secreto, pues si lo sabían los curas tenía castigo permanente por seculam seculorum y sin el final del amén. Mis años en los Salesianos fueron como un suplicio obligatorio, con una disciplina tan rígida y brutal que hoy estaría penada con una sentencia en regla por malos tratos. Siempre tuve claro que a malos tiempos hay que ponerle buena cara, por ello me las ingenié para crearme una vida paralela a la que me había tocado vivir. Busqué salida en la música y con una guitarra pasaba muchas horas en soledad, que era más gratificante que el fútbol masificado en el patio del colegio.

Los veranos, siempre que aprobases el curso en junio, se convertían en la tregua que te permitía una libertad casi desenfrenada si la comparabas con los largos meses de curso lectivo. Así, entre la Hípica y la calle Real sumábamos un día al otro hasta que en octubre regresábamos a aquel infierno particular que era el colegio. Pero es mejor olvidar esos meses y centrarnos en los veranos, que era la época en la que te sentías tú mismo y reforzabas esa personalidad que en el invierno intentaban borrar de tu mente. Así, los largos paseos por la calle Real y el Cantón Grande iban acompañados de las patatas fritas y el vino de rosales con la tapa de ensaladilla en la cafetería Linar. Los más atrevidos comenzábamos a fumar por aquello de hacernos más hombres delante de las niñas. Después aparecía el listo de turno que te enseñaba a tragar el humo y después decir la frase: “El hombre que sabe fumar echa el humo después de hablar”, pues eso, ya habías aprendido a fumar. ¡Maldito puñetero! Recuerdo que, en una ocasión, mi padre me cazó con el cigarro en la boca y desde el ya desaparecido Café Galicia me invitó a que diese un paseo con él, que asentí sin rechistar, pero con un acojone que no era capaz de pronunciar palabra para darle una explicación convincente sobre el tema. A pesar de que era militar, su carácter tranquilo le llevaba a razonar cada una de mis continuas pillerías de niño rebelde. Así, ese día, ya al anochecer y con mis catorce años encima, me puse a su lado sin abrir la boca. Al llegar junto al cine Avenida en pleno Cantón Grande, sacó una moneda de cinco duros y me mandó que comprara dos helados. Al preguntarle de que sabor lo quería me dijo que escogiera yo, y como es lógico no rechisté y obedecí solícito. Fueron dos helados de mantecado, o algo parecido. En silencio y saboreando dichos helados nos encaminamos hacia la Rúa Nueva y la calle de la Estrella. Al llegar a la tasca A Nosa Casa mi padre pidió dos tazas de ribeiro. Juro que jamás había probado el alcohol, pero sin hacer ningún comentario me bebí el vino de un golpe y continué en silencio. En ese momento, mi padre me dijo: “Ahora que nos hemos tomado un vino vamos a hablar de hombre a hombre y lo único que quiero decirte es que no fumes, que con el tiempo te vas a arrepentir”. ¡Cuánta razón tenía! Era un fenómeno. De todas formas, debo confesar que aunque hace años dejé de fumar, en esa ocasión no le hice caso. Años después tomábamos los chatitos juntos en casa David de la plaza de España.

De los amigos de aquella época recuerdo a Moncho Vidal, que era un tipo simpático y siempre de buen humor. A su lado pasé momentos alegres en una época en que las canicas y las chapas centraban nuestros juegos más rudimentarios. Su hermano Rafael era más serio y entre los dos me llevaron a practicar la esgrima. Los dos hermanos habían sido campeones de España, al igual que las hermanas Taboada; Margarita, Isabel y Teresa. Este deporte nunca me lo tomé en serio porque estaba rodeado de grandes campeones y no había forma de ganarles ni un asalto y para ser siempre el eterno derrotado decidí no pelear por una causa perdida de antemano. Tampoco puedo olvidarme de los hermanos Togores. Tanto Luis como Santy destacaron como porteros de hockey sobre patines cuando el Dominicos estaba en la elite y se codeaba con el Liceo. A pesar de estar rodeado de grandes deportistas, el deporte no entró en mi vida ni por una apuesta. La vida tranquila y sin grandes esfuerzos físicos se adaptaba mejor a mi filosofía de ver pasar el tiempo.

La música, que era mi otra media vida, me llevó hasta Radio Juventud y cambió todo el rumbo de mi vida. Allí conté con el afecto de toda la plantilla de la emisora, que estaba ubicada en el edificio de la Terraza. El programa La Ballena Alegre sirvió de enlace para despertar una pasión que estaba oculta y que no era otra que la radio. Ananda Español, Paquita Cristóbal, Carlos Julio Beceiro, Mary Carmen Deus, Carlos Cortón, Antón Luaces y Santiago Vilariño me inculcaron un amor a la radio sin precedentes y en ese atalaya observé la evolución de La Coruña desde la primera fila de butacas. Recuerdo programas como el Desfile de Estrellas, con Emilio Díaz; La antorcha cambia de mano, con Carlos Cortón y José María Comesaña; así como Hermana Radio. Pero el programa que marcó un antes y un después en mi vida por la radio fue La Ballenísima alegrísima con los payasos Pim, Pam y Pom que con Santiago Vilariño y José Luis Naya hacíamos las mañanas de los domingos más alegres a los niños coruñeses. Aquella era una radio más viva, más artesana y rudimentaria, pero una radio hecha con el corazón. Hoy la informática convirtió a la radio en una máquina que casi habla de forma automática. Desde una unidad móvil de la radio, en este caso de Radio Coruña SER, pudo observar como La Coruña se iba transformando con la remodelación de la plaza de María Pita, la unión a tierra del Castillo de San Antón, el paseo marítimo en cada uno de sus tramos, la remodelación de la Plaza de Pontevedra, la plaza del Humor, la llegada de El Corte Inglés, varios centros comerciales más y no sé cuantos aparcamientos subterráneos. También pude vivir desde primera línea informativa la toma de posesión de Domingos Merino como primer alcalde de la democracia, así como la llegada de Paco Vázquez a la alcaldía, y como Fraga se preparaba para aterrizar en la Xunta de Galicia rodeado de un número incalculable de gaiteros. También comprobé como Lendoiro soñaba con hacer un Depor campeón, después de haberlo logrado con el Liceo. Observé como desaparecía la Fábrica del Gas y su larga chimenea frente a los Salesianos, como el bar Verdura se trasladaba a la plaza de María Pita, cómo la fábrica de gaseosas La Revoltosa abandonaba su sede en la cuesta de la Unión y se iba para la avenida de Finisterre junto al Ventorrillo, y por último, después de tanto cambio y tanta transformación observo como La Coruña que yo viví la quieren convertir en A Coruña que ahora me toca vivir.

  (Publicado en La Opinión de A Coruña el domingo, 2 de enero de 2005)

sábado, 9 de febrero de 2008

LA PRIMERA MUJER PERIODISTA ESPAÑOLA

Era su primer día de trabajo. Llegó a la redacción entre nerviosa y despistada. Su juventud sobresalía sobre un personal en mayoría masculino y adiestrado por los años de ejercicio profesional. Se sentó a mi lado como buscando un rincón de experiencia con el fin de arrancar en una profesión para la que se había preparado durante cinco años intensos en las aulas universitarias.

Su retraimiento se eclipsó después de darle la bienvenida al mundo de la información. El día traía los calores propios del mes de julio. Ella no había tenido tiempo de saborear su licenciatura universitaria recién estrenada. Saltó directamente de las aulas a la redacción del periódico y de repente me trajo el recuerdo de Beatriz Cienfuegos, a la que se le considera como la primera mujer periodista española. Evocó en mí recuerdos de distintas mujeres que lucharon en este mundo, algunas de ellas teniendo que modificar su aspecto o escribir con otros nombres para luchar por esa gran pasión que corría por sus venas, ese periodismo que tanto nos da y que, a veces, tanto nos quita.

Beatriz Cienfuegos publicó entre 1763 y 1764 “La pensadora gaditana”, un periódico semanal cuyo eje central era la crítica sobre las costumbres masculinas y femeninas y demás temas de interés de la época.

Tan solo divulgó 52 Pensamientos con los que narraba el costumbrismo social iniciado por el periódico inglés The Spectador del que eran frecuentes las traducciones difundidas por toda Europa.

Era un periodismo más literario que noticioso cuyas vías de distribución florecían efímeras por lo que la inmediatez no contaba como factor de importancia y estaba hecho para complacer a la burguesía ilustrada de la época que se conformaba con leer sus propios ideales culturales y políticos. Se vivía un período en el que la mayoría de los ciudadanos eran analfabetos y sólo tenían acceso a almanaques y vaticinios.

No sé porqué pero traía a mi memoria la silueta de esa primera mujer periodista, aunque ella no estaba llamada a ejercer ese tipo de periodismo. Su tenacidad y empeño por hacerse un hueco en esta profesión con una gran presencia masculina tenía la carga heredada de la gallega Concepción Arenal (1820 - 1893). Luchadora empedernida y tenaz defensora de la igualdad entre hombres y mujeres, entra, contra la voluntad de su madre, como oyente en la Facultad de Derecho, vistiendo ropas masculinas, puesto que en la época la educación universitaria estaba vedada a las mujeres. Vestida también de hombre, Concepción participa en tertulias políticas y literarias, luchando así contra lo establecido en la época para la condición femenina.

Acabada la carrera de Derecho, se casó, con el también abogado y escritor,
Fernando García Carrasco. Años después colaborarían juntos en el periódico liberal Iberia. Con Concepción Arenal nace el feminismo en España, pues desde joven luchó por romper los cánones establecidos para la mujer, rebelándose contra la tradicional marginación del sexo femenino, y reivindicando la igualdad en todas las esferas sociales para la mujer.

Y con mi nueva compañera, aunque todavía no lo supiésemos, nacería también una nueva época que rompería con muchas tradiciones y marginaciones socialmente aceptadas, haciendo que todos tomásemos conciencia del cambio social en el que estábamos participando.

Como periodista Concepción Arenal dedicó su pluma a la reivindicación de las situaciones marginadas; escribió para que la leyeran, para que la entendieran, para que sus lectores participaran en sus ideales. Uno de los aspectos más progresistas de Concepción Arenal es su consideración de la mujer como ser humano marginado a quien hay que ayudar, estimular y respetar, no en rendiciones galantes, ni en modales encantadores y protectores, sino educándola en la dignidad de su propia condición.

Mi joven compañera también nos “educó” en sus ideales, nos supo transmitir lo importantes que eran sus valores, lo que podría cambiar el mundo si damos cabida a las mujeres, esos seres que saben hacer más cosas de las que la sociedad nos quería transmitir.

Concepción Arenal falleció a la edad de setenta y tres años, dejando para las nuevas generaciones sus reflexiones y su trabajo por la libertad y la igualdad.

Claro que, según la forma de ejercer el periodismo, se dice que la primera mujer periodista española es la coruñesa Emilia Pardo Bazán (A Coruña 1851 - Madrid 1921). Además de ser una de las máximas representantes del Naturalismo español, dedicó su vida a defender la condición de la mujer frente al machismo imperante en la sociedad de su tiempo.

Sí observamos la prensa desde el prisma de una información directa y agresiva, la primera mujer que ejerció el periodismo en España fue Anna Muriá, nacida en Barcelona en 1904, puesto que durante la Guerra Civil dirigió el Diari de Catalunya. A la caída de la Segunda República en 1939, salió hacia Francia. Después de su estancia en Francia se exilió a México y regresó a España en 1970 en donde permaneció hasta su muerte en el año 2002.

Regresando a la redacción observo una vez más a mi nueva compañera de trabajo y adivino su pensamiento en consonancia con el de Beatriz Cienfuegos. Descubro su instinto de lucha por la igualdad enarbolado por Concepción Arenal. Intuyo su carácter firme como defensora de la condición de la mujer frente al machismo como Emilia Pardo Bazán y su propósito de realizar una información directa y agresiva en claro ejemplo a la de Anna Muriá.

Será una gran periodista, pensé, porque no había nacido para ser simplemente una gran ama de su casa, capaz de guisar los mejores platos, capaz de criar a los hijos con entrega y en la religión cristiana, capaz de lavar más blanco que la vecina. No. Ella era una mujer de su tiempo, capaz de hacer todo eso y más, capaz de formarse en una profesión machista, cerrada a la incorporación de la mujer a sus filas durante muchos años. Una profesión, aunque nos duela, en la que nos ha costado mucho reconocer que las mujeres nos han aportado una bocanada de aire fresco. No hay nada mejor que observar cómo ha cambiado la información deportiva desde que hace unos años las mujeres trabajan frente a las cámaras, los micrófonos y los periódicos deportivos. Las redacciones son distintas. Las mujeres han aportado algo más a toda la sociedad, y como no, también al periodismo.

Mi compañera no lo sabía, pero iba a hacer historia, ya no solo en su profesión con sus artículos chispeantes, incisivos, y llenos de información con la agilidad verbal de su pluma privilegiada y de sus fuentes bien informadas, sino también porque moriría haciendo historia como todas esas mujeres ya mencionadas, porque seguiría el camino iniciado por ellas y abriría una gran puerta a todas esas grandes mujeres periodistas que vinieron detrás. Nosotros sí que fuimos unos grandes privilegiados al ver en directo y participar de una parte de la historia de nuestra profesión, y sin querer, del mundo globalizado que hoy disfrutamos.

  Nunca fui el primero pero siempre alcancé la meta Prólogo Dar la bienvenida a un nuevo libro siempre es un motivo de sat...